14.9.09

40 aniversario de El Padrino

DE SICILIA A SINALOA

[Publicado en el suplemento cultural El Ángel, periódico Reforma, 19 julio 2009]

El cuarenta aniversario de El Padrino ya es pretexto suficiente para leer la novela otra vez. Y al hacerlo no sólo encontramos su influencia en muchas obras recientes, sino explicaciones simples para problemas sociales que hoy siguen sin atenderse de manera eficaz e inteligente.
Más allá de su conocida influencia, El Padrino también merece leerse porque sus contenidos se hallan vigentes, incluidos aquellos que pudieran lucir desgastados con el paso del tiempo. La trillada visión del gángster como una especie de Robin Hood seguirá explicando la preferencia de miles de individuos por la vida criminal, en tanto continúe como un factor soslayado por los gobiernos y las sociedades que hoy viven bajo la dictadura del crimen, como nosotros.
Pero sobre todo El Padrino merece una lectura actual para desmarcarse de los comentarios más fáciles y para ser revisada, por fin, a partir de su conflicto principal, mismo que no podría tener más actualidad y relevancia: el tráfico de drogas.

No es personal, sólo son negocios
Aunque El Padrino ha recibido críticas favorables a lo largo de su existencia, éstas sólo han alcanzado para ubicarlo como best-seller, es más, parece que su objetivo fuera ése. Por lo general, la crítica literaria la ha catalogado como la mera presentación de una organización criminal; incluso se le ha acusado de hacerlo con glamur. En fechas recientes, se le calificó como “una buena historia, mal contada”. Se le han criticado los largos párrafos dedicados a personajes y situaciones “ajenos a la trama”. Y también es conocida como uno de esos raros casos en que el libro es superado por la película.
El mismo Mario Puzo no ayuda mucho a su defensa cuando, en sus páginas, describe a una bella adolescente de la siguiente manera: “sus cabellos eran como el oro y sus ojos azules como el mar”.
Aún así, es pertinente decir que El Padrino no sólo fue una de las primeras obras en presentarnos el mundo del hampa desde dentro, sino con un estudio complejo de todo aquello que le atañe, a nivel interno, social, psicológico, político, ético. Nos muestra que una organización criminal no es ajena a la sociedad que la engendra, y que una vez que la gente desconfía del poder político y de su justicia, el mal suena más razonable, hasta más justo.
De hecho, la Familia Corleone sólo es el motivo para revisar el tejido de una sociedad erigida en términos policíacos y autoritarios donde el abuso de poder es la norma vigente, desde los altos mandos políticos, como los presidentes, dictadores y los representantes de la ONU, hasta los agentes de tránsito, los hermanos mayores y los hijos de madres solas. Cuando Amérigo Bonasera recurre al Padrino en busca de la justicia que el sistema jurídico le ha negado, Vito Corleone le reclama: “Aceptaste la sentencia de un juez que se vende como la peor de las rameras… Ibas a los bancos, pagabas intereses ruinosos y aguardabas como un pordiosero mientras ellos metían sus narices en tus asuntos para asegurarse de que podrías devolverles el dinero”.
La Mafia había surgido muchos años antes en Sicilia, una tierra que según Puzo “había sido más maltratada que ninguna otra en el mundo” y donde los pobres terminaron por aprender que la sociedad era su enemiga. En su origen, la palabra Mafia significó “lugar de refugio”, por lo que luego fue el nombre de una organización secreta creada para luchar contra los poderosos que durante siglos habían manejado a su antojo al país y a su gente. Si los pobres querían justicia, acudían a la Mafia. Cuando Michael, el hijo del Padrino, debe ocultarse en Sicilia, ve lo que habría sido de su padre si hubiera decidido no luchar contra su destino. Entonces comprendió su desprecio por la autoridad y el gobierno instituidos. Sin embargo, también vio que, al paso del tiempo, la Mafia se había convertido en el brazo ilegal de los ricos, que movía los hilos del país y conseguía empleos a su conveniencia: “El mérito nada significaba, ni tampoco el talento o el trabajo”. Había mafiosos que, por dinero, ahora protegían a los ricos contra los pobres, impidiendo la compra de tierras y controlando la repartición del agua. Michael se enteró de que el índice de crímenes de la pequeña localidad era el más alto en todo el mundo. Los hombres estaban tan ocupados en sus vendettas que no tenían tiempo de ganar el sustento para sus hijos. El gran éxodo de aquella hermosa tierra demostraba el ambiente de violencia y terror que allí se vivía.
El éxodo más renombrado, todos lo sabemos, se dio hacia Nueva York.
En El Padrino, los mafiosos son hombres que no se dejan dominar por otros hombres. Son capaces del asesinato con tal de mantener su independencia. Y sólo la muerte –o la razón– pueden doblegar su voluntad. Si acaso Vito Corleone es el último bastión de esa extirpe donde el crimen aún era fiel a sus principios y cuya ética establecía que un mafioso respetable no podía ser atacado dentro de su propia casa. Y si las mujeres estaban fuera de toda actividad delictiva, tampoco podían ser objeto de vendettas ni extorsiones. El Padrino “no acepta los dictados de su sociedad, porque tales dictados le hubieran condenado a una vida indigna de un hombre de su inteligencia y su personalidad”.
Si Vito Corleone se ha convertido en un ícono de la cultura contemporánea no es porque se presente con glamur, sino, al contrario, porque nos es expuesto desde sus diversas facetas y ángulos: “La crueldad, el profundo desprecio por los valores establecidos, apuntaban como autor del crimen a un hombre que se hubiera hecho sus propias leyes, a un hombre que se considerara una especie de Dios”.

Todo es personal
Mario Puzo ha declarado que nunca conoció a ningún mafioso real y que todo el fundamento de la novela es documental. Dudo que se hubiera atrevido a revelar sus fuentes en caso contrario. Ahí está Roberto Saviano para atestiguar la seriedad del asunto.
Aunque El Padrino se publicó en 1969, la obra se sitúa justo después de la Segunda Guerra Mundial. Y, sin embargo, ya hablaba de lavado de dinero, de piratería, del control sobre el tráfico de drogas. Si bien la historia real de la Mafia no coincide con la historia y las características de los cárteles de la droga en nuestro país, su comparación arroja datos interesantes. Porque es conocida la actitud benefactora que algunos cárteles mostraron en sus inicios, proveyendo de alumbrado público y pavimentación a localidades enteras, así como de protección. El lavado de dinero fue la “coinversión” que mucha gente requería para echar a andar sus negocios. Los capos nacionales fueron el Robin Hood para comunidades olvidadas desde siempre. Ahora los hombres están tan ocupados en sus venganzas que ostentamos un índice de criminalidad superior al de terribles conflictos bélicos. Y si aquí los cárteles nunca se han turnado en defensa de los ricos, no ha sido sólo porque su rubro sea diferente al de la Mafia siciliana, sino porque esa labor la ha ejercido el gobierno con asombrosa eficacia.
Al igual que la Mafia, los grupos armados del narco convirtieron la protección en extorsión, constituyéndola como una de sus principales fuentes de ingresos. Y ahora también se adueñan del redituable negocio de la piratería. Al hacerse cargo de los negocios de su padre, Michael Corleone descubre que “los falsificadores fabricaban y vendían discos de artistas famosos, y la falsificación –lo mismo del disco que de la portada– era tan perfecta, que nunca fueron descubiertos. Naturalmente, de tales discos los artistas no recibían un solo centavo”.
Un gobierno déspota es la justificación ideal para cualquier organización delictiva. “Yo creo en mi familia… No confío en la protección de la sociedad y no tengo intención de poner mi destino en manos de unos cuantos tipos cuyo único mérito reside en habérselas ingeniado para conseguir los votos de la gente”, replica Michael Corleone a la que pronto sería su mujer. Su padre está convencido de que los mafiosos son mejores que “esos pezzonovanti que han matado a millones y millones de personas en nombre del país”. Cuando el bien es el mal, el mal suena más justo. Así sucede con Albert Neri: “Su fama de policía duro era ya legendaria… La Familia Corleone estaba siempre interesada en hombres así. El hecho de que fuera policía no importaba demasiado. Eran muchos los que habían comenzado a andar por un sendero falso. Lo importante era que, al fin, descubrieran su verdadera vocación”. Tal es la lógica de las narcomantas para reclutar miembros del ejército en nuestro país.
El mismo Saviano señala que a México y a Italia no se les había prestado la atención debida en el problema del narcotráfico y que la mafia calabresa ha contribuido a que el narco mexicano se instale como el número uno en el mundo.
El crimen organizado ha sido una industria con una excelente oferta de trabajo para desempleados, obreros explotados, boxeadores fracasados. Lo importante es esto: Neri, después de trabajar un tiempo para la Familia, “se sentía contento, satisfecho de vivir en un mundo en el que el hombre activo y cumplidor era debidamente recompensado”.

Una oferta que no se puede rechazar
Es cierto que las versiones fílmicas de El Padrino son mucho más conocidas por el público, pero eso no ha impedido que la novela haya sido una fuente de influencias desde su aparición hasta nuestros días. En la novela se detalla la intrincada lógica de las negociaciones entre los principales capos mafiosos como ninguna película lo había podido lograr, se desmenuzan sus motivaciones, sus dudas, sus temores, sus equivocaciones. En las películas quedan fuera innumerables escenas, personajes, frases memorables.
¿Cuántas veces se ha repetido la escena del gordo Clemenza subiendo –sufriendo– la escalera de un edificio antes de una ejecución? Los entrañables Soprano no serían nada sin los Corleone. Las reuniones de jefes pandilleros en The wire son un homenaje a la tétrica junta sostenida por los principales capos de los Estados Unidos para decidir sin debían sostener entre ellos una guerra sin cuartel o no. De El Padrino proviene aquella frase que conmovió a México en la entrevista entre Víctor Trujillo y el lamentable René Bejarano: “…no insistas en que eres inocente, no insultes mi inteligencia”.
El temible Dr. House resulta impensable sin el cinismo del doctor Jules Segal, protagonista de escenas y capítulos que muchos críticos habrían preferido borrar de la novela. Tras años de brusca franqueza, Segal “creía en mentir a la gente. El decir la verdad y la medicina no se avenían muy bien, excepto, tal vez, en caso de extrema gravedad”. El doctor Segal, un abortista casi clandestino, un expulsado de la medicina, también es el portavoz que Puzo utiliza para exponer su idea de la vida y del sexo, en oposición al mundo de crimen y muerte representado por los gobiernos y la Mafia.
Pero quizá la escena más sustancial es precisamente aquella de la reunión en que los capos mafiosos deben decidir si participan todos en el tráfico de drogas o si deben sostener una guerra entre ellos. Constituye además el conflicto central de la trama porque todos los antecedentes confluyen en este punto y el resto de la novela se mueve a partir de las decisiones allí tomadas. Y por si fuera poco, en ella se entablan los argumentos que hasta hoy siguen en pugna en torno a ese tema, principalmente en países involucrados como el nuestro. Vito Corleone, un ético que detesta la infidelidad y que nunca incluyó la prostitución entre sus negocios, se halla en contra: “Pienso que el asunto de las drogas será, en el futuro, nuestra perdición”.
En cambio, para Frank Falcone, el Don de Los Ángeles, “no hay forma de evitar que la gente se dedique a ese negocio… resulta irresistible, pues es mucho el dinero que se puede ganar. Y, si bien es peligroso, el peligro es todavía mayor si no intervenimos nosotros... nuestra intervención es garantía de una mejor organización, con lo que los riesgos disminuyen”. Es curioso, pero es exactamente el mismo argumento que utilizó el parlamento en Holanda para tolerar tanto la prostitución como el consumo de marihuana y hashís en los sesenta.
La conclusión de aquella reunión, que marca el destino de los Corleone y los traslada a Las Vegas para dedicarse al negocio del entretenimiento, fue contundente: “Todos coincidieron en afirmar que el tráfico de narcóticos no les gustaba, pero ya que no había forma de evitarlo, lo mejor era controlarlo. Había mucho dinero a ganar; tanto, que siempre existirían hombres que se arriesgarían a todo para conseguirlo. La naturaleza humana no podía cambiarse”.

[Addendum]
El Padrino en frases:

Un abogado con su portafolio puede robar más que un centenar de hombres con metralletas.

El arte del razonamiento consistía en ignorar todos los insultos.

Tiene usted que tratar con mucha gente que intenta parecer más importante de lo que en realidad es. En mi caso es a la inversa.

Los italianos dicen que el mundo es tan duro que el hombre debe tener dos padres que velen por él, y por eso todos tienen un Padrino.

Es lo mismo que ocurre entre las naciones. Si ellos se arman, tenemos que armarnos.

No es personal, sólo son negocios.

En la vida del hombre todo es personal.

Un hombre como usted sabrá de sobras lo beneficioso que es tener un amigo que, en lugar de pedir ayuda, se ocupa de sus propios asuntos y está siempre dispuesto a ayudar. Si no quiere aceptar mi amistad, dejemos las cosas como están. Pero déjeme decirle una cosa: el clima de Nueva York es húmedo y muy malo para los napolitanos. Por ello le aconsejo que no venga aquí ni de visita. [Carta de Corleone a Capone].

El Departamento de Sanidad tendrá que recoger muchos cadáveres este invierno. Estas cosas suelen suceder cada diez o doce años. Sirven para eliminar la fruta podrida.

Estaba contenta de no tener que compartir el dolor de los hombres.

Los favores no se pedían a la ligera, por lo que tampoco podían ser negados con ligereza.

A las mujeres les disgusta ver que sus novios o maridos o amantes tengan demasiado éxito; les irrita que puedan vivir sin ellas.

Dile que me estoy muriendo… Que el negocio del espectáculo es más peligroso …

Los amigos debían subestimar las virtudes de uno, mientras que los enemigos debían sobrevalorar los defectos.

No puedes decir “no” a las personas que aprecias, al menos no con frecuencia. Ese es el secreto. Cuando tengas que hacerlo, haz que parezca que dices “sí”. Aunque lo mejor es conseguir que sean ellos mismos quienes digan “no”.

Se ahorró la visión de las lágrimas de las mujeres… Murió rodeado de hombres…

Se dedicó de lleno a preparar a su viejo amigo y Padrino, con el mismo cuidado con que una madre prepara a su hija para la boda. [Amérigo Bonasera, durante el funeral del Padrino]

Kay vio como Michael recibía, de pie, el homenaje de aquellos hombres. Y se acordó… de las estatuas de emperadores romanos, quienes, por derecho divino, eran dueños de la vida y de la muerte de sus súbditos… El perfil de su cara hablaba de un poder frío y orgulloso…