21.12.09

JOHN FANTE: EL INICIO

Este año John Fante habría cumplido su centenario, a no ser porque la diabetes lo dejó ciego en 1978, le amputó las piernas y un brazo, y acabó con él en 1982. Sin duda un terrible final del que él mismo habría de burlarse: “Fue un viejo señor de los Abruzos, tan ciego que no podía verse ni los pies”.

Poco sabemos de sus inicios. Dos obras, aún sin traducir al español, revelan el origen y el desarrollo de su estilo. Una reúne su correspondencia con H. L. Mencken, editor y consejero, y la otra es su primer libro de cuentos, Dago Red, del que tuve el gusto de traducir, hace doce años, “El camino al infierno” y “La tonta canción de mi madre”.

Fante nace en 1909. A los veintiuno decide hacerse escritor y comienza por lo más alto: se cartea con H. L. Mencken, reconocido periodista y editor de la revista literaria The American Mercury. Con su tono italiano, grandilocuente, le confiesa: “Usted para mí es Dios, el modelo de hombre por el que debo medirme, ahora me peino de raya en medio, igual que usted”. Como vemos, el lenguaje de sus obras no es un artificio literario, sino el reflejo de su personalidad, su estilo.

Fante le dice que escribe cinco mil palabras diarias; Mencken le contesta que bastan mil de calidad. Fante le manda numerosos cuentos; Mencken los rechaza y le da consejos. Fante insiste con escribir sobre su núcleo de migrantes italianos, variando las tramas y los finales, hasta lograr que The American Mercury le publique varias veces y reciba cierto reconocimiento. Así pasan seis años.

Mencken consigue que Alfred Knopf le extienda a Fante un anticipo por una novela que el autor integra con relatos escritos en esa época; se la dedica a Mencken, pero Knopf la rechaza. Para 1938, Fante termina El camino a Los Ángeles, vuelve a dedicarla a Mencken, pero se publica hasta 1985 de manera póstuma. Un año después, 1939, la editorial Stackpole saca Espera a la primavera, Bandini, y Fante la dedica a sus padres, pues cree que dedicársela a Mencken tiene el mal de ojo. Logra comentarios favorables, con lo que publica un año más tarde Pregúntale al polvo. Allí arenga: “Al diablo con Hitler, este es mi libro. No sacudirá al mundo, no matará un alma, no disparará un arma, pero lo recordarás con una sonrisa el día que mueras”.

En sus cuentos nace el estilo que lo distinguirá por siempre. Curiosamente, abren y cierran un ciclo, pues se publican un año después, en 1940, como Dago Red. Stackpole también edita Mi lucha, pero Hitler los demanda por cuestiones de autoría y los envía a la bancarrota. Entonces, los libros de Fante dejan de circular. Pasarán veintidós años para que vuelva a escribir una novela.

Las paradojas no terminan allí. Respecto a su siguiente novela, Full of life (1975), Fante le confiesa a Mencken que era pura ficción, pero que ante el miedo de su editor a que no se vendiera, accedió a que el protagonista se llamara John Fante: “Así lo ficticio se convirtió en realidad”. Más aún, la posterior biografía de Fante realizada por John Scooter porta el mismo título: Full of Life, creando confusión hasta el día de hoy. Por si fuera poco, la novela, dedicada a Mencken, le llega a éste cuando ha pasado por un derrame cerebral, un ataque cardiaco y le es imposible leerla.

Es común decir que John Fante es un escritor honesto sin ahondar en el tema. Creo que esa honestidad radica en entender que la literatura sólo requiere de un escritor y un lector, ese binomio donde los críticos y académicos no tienen lugar. Bukowski definió el estilo de Fante como natural: “Te olvidas de que estás leyendo un escritor, …entras en contacto con la persona, no con el autor”.

¿Cómo lo logró? En sus cartas nos enteramos de su devoción por Nietzsche, Dos Passos, Maupassant, pero es evidente que su escritura no parte de sus influencias, sino de un punto más cercano a nosotros, brota de ese rincón de su personalidad donde están grabadas sus primeras emociones y recuerdos. Se apropia del consejo de Hemingway, rastrea la primera impresión que le produce cada experiencia y busca plasmarla de la manera más precisa.

Dago Red reúne cuentos escritos durante una década, que también son resultado de la demolición de su primer intento de novela. Es injusto decir que son meros experimentos, pues fueron creados para tener vida propia, pero es evidente que constituyeron el laboratorio para sus obras posteriores. Dago Red abre con el estupendo relato “Un secuestro en la familia”, donde juega con el cambio de puntos de vista —que en este caso sustituye una realidad triste por una fantasía rimbombante—, un recurso que usará más adelante en un mismo párrafo, yendo no sólo de tercera a primera persona sino de un personaje a otros. Continúa con “Un albañil en la nieve”, en el que prefigura las dificultades de un albañil y un aspirante a beisbolista para desempeñarse entre las nieves de Colorado, que sería el pretexto de la trama en Espera a la primavera, Bandini y Un año pésimo.

En “Odisea de un ilegal” lidia con el amor-odio vivido por un hijo de migrantes que carga con su orígen en un país que es suyo, pero que a la vez no lo es, un tema presente en toda su obra. En “Uno de los nuestros”, una conmovedora obra maestra, explora la masculinidad comenzando por el protagonista y su padre, pasando por sus hermanos, para rematar en un tío que acaba de perder a un hijo. El dilema de un macho que se convierte en hombre mediante el acto que ha evitado toda su vida: llorar. Un tema que Fante tocó pocas veces con tanta fuerza.

Desde Dago Red, Fante evita esa urdimbre de citas, referencias y guiños que muchos confunden con literatura y que son el asidero de los comentaristas. Se empecina en transmitir vida. Consigue esa voz que, por íntima, le permite escudriñar en la intimidad de sus personajes, desde sus deseos y sus fantasías más ridículas, hasta sus sentimientos de impotencia, venganza, amor, arrepentimiento. Una voz que parece provenir del adolescente que entra al mundo con la batalla perdida de antemano y cuyo sentido del humor es el tónico para tolerar el odio y el resentimiento —a veces contra su propia raza y su familia—; la mezcla da como resultado la inocente ironía que lo caracteriza.

Wop (siglas de Without Official Passport: Sin pasaporte oficial) y Dago (deformación anglosajona de Diego) son términos que lo marcan y lo persiguen. La sociedad a la que anhela pertenecer por derecho propio, lo rechaza como ilegal, cuando no lo es. Ese odio ante lo injusto nos dio un escritor con un tono sencillo que ingenuamente se ha confundido con “simple”. Todo lo contrario. Su riqueza de recursos y vocabulario se oculta bien bajo ese tono íntimo y conversacional.

Su facilidad para la personificación, ensayada una y otra vez en sus cuentos, su caracterización de la pobreza, su animación de objetos inanimados, su tortuosa relación con el catolicismo, su sentido del humor ante el odio y la injusticia, son motivos de Dago Red que acercan a este escritor al público de nuestro país. No en vano, desde ese libro, la cultura mexicana aparece con cierta relevancia en su obra.


[Y aquí les comparto una de mis canciones navideñas favoritas: Feliz Navidad, Orquesta Mondragón, Rock and Roll Circus]